domingo, 15 de junio de 2014

Cruzando el río

Cruzaba hace días parte del Atlántico y anotaba: El vaivén me devuelve a los orígenes. Como un eco, escucho la voz de algún tripulante que imagino profesor de ajedrez rodeado de niños: “necesitamos gente sensible que esté dispuesta a escuchar”. El viejo a mi lado no tiene voz, sólo una mirada perdida en el azul cristal. Le acompaña su hija y quizás su yerno, parece desolado, derrotado, perdido… deduzco que se enfrenta a una enfermedad y siente el fin de cerca. Saluda a su nieto por teléfono, los ojos le brillan. Una joven – y a su vez vieja- pareja de amigos me llama la atención. Uno es negro y muy alto, el otro blanco y de estatura mediana o baja, parece que se complementan. Despiden navegando a la isla redonda, en la barandilla parecen dispuestos a recibir la aventura con los brazos abiertos y con una sonrisa eterna en sus rostros,  casi perenne. Me transmiten paz y compañerismo.


La vida  continúa... y releo “El antropólogo inocente”, que ya leí en otro lugar, qué buen libro… queé gran aventura, y qué divertido!  

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