sábado, 5 de marzo de 2016

El viejo que no encontré en la Pescadería


Mientras caminaba rumbo a una gran pescadería que me habían recomendado, acompañado por un vecino que se ofreció a guiarme, nos cruzamos a los chicos que cargan la basura por las noches. Mientras los ricos del país duermen, ellos dividen, clasifican, y se llevan la basura en carritos de madera, me imagino que ganando un par de euros apenas. Mi vecino dice tener mal de amores, y se marcha a caminar sólo a la laguna de Guatavita. Quizás hace noche allí dice. Yo prosigo mi camino y pregunto ya en un barrio fuera de mi entorno, cómo llegar a la gran pescadería.
En el camino me detengo en una pequeña librería de segunda mano alado de una escuela de bellas artes, la regenta un viejo librero con ojos hundidos que se iluminan con las letras. Le pregunto por “La Vorágine”, un clásico colombiano que leo por ebook pero me gustaría tener en mano. En unas semanas estaré en el Amazonas diez días y quiero leer algo de literatura sobre este contexto.

El viejo librero me trata de ilustre, dice que tengo "un cuerpo de atleta olímpico y que Tyson alado mío no es nada", más allá de que intente cuidarme últimamente, mi amigo está soñando o le deben faltar las gafas hoy. Le llaman al teléfono y le escucho decir a su interlocutora (deduzco fémina por el tono dulce), “me has dejado noqueado como si de un golpe de Tyson a su adversario se tratara”, se me escapa una sonrisa, veo que el célebre boxeador es un buen recurso o muletilla perfecta para el viejo librero. Nos hacemos amigos, me indica dónde puedo encontrar el libro reclamado y de paso me regala dos librillos sobre Bogotá. Me voy feliz, agradecido y con esperanza sobre la especie humana, sí, “especie” no se olviden.