domingo, 28 de agosto de 2016

Anécdotas cotidianas y extraordinarias







Tres anécdotas cotidianas y extraordinarias, por qué no. 


-Durante el concierto del jueves de Pedro Guerra en Bogotá, muy cerca de mi casa, el público cantaba las canciones más conocidas, y yo, al haberlas tenido presente toda la vida, y en algunos casos incluso tocado algunas de ellas con mis amigos en Tenerife desde hace más de 15 ó 20 años, sentía que de alguna manera traicionaba mi pasado y no debía canturrear con el resto del público, deduzco en gran mayoría colombianos. Entonces sucedió que fue como si el concierto al que asistí lo dieran los propios músicos junto al público presente, y yo era una especie de admirador exterior a toda aquella obra de teatro, recordando otros tiempos, absorto en el sonido del timple canario y algo compungido. 

-En la foto donde se ve el cartel de la Penela, tomada desde mi casa, paso bastante tiempo últimamente. Es un restaurante gallego debajo de casa, nos reunimos algunos a tomar cañas, vinos, tortilla y empanada. Por momentos parece que estamos en medio de cualquier ciudad española, hasta que me doy cuenta de que gritamos más de la cuenta, el acento del barman no es reconocido y está todo más limpio de la cuenta jeje. 

-Mientras sentía los versos de Jaime Gil de Biedma, al cual siempre oí nombrar y nunca me interesé hasta ahora, decidí tomarme un retrato para ver el paso del tiempo. Para ello preparé este “chiringuito” de la tercera foto. Mejor muestro el poema del mencionado y me guardo el autorretrato para dentro de unos años. 
No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma

(Poemas póstumos, 1968)


sábado, 20 de agosto de 2016

Rumbo constante



Ya en Bogotá hace un día espléndido, echo un ojo atrás. Hace unos días visitábamos unas familias en el municipio rural de Colombia, en Huila. El río desplazó los cimientos del puente y tocó atravesarlo a pie para dormir. Al día siguiente retomamos algunas actividades de cierre y rendición de cuentas con “nuestra gente”. Son caseríos desperdigados por las zonas montañosas de este país, lugares bellos, algo estigmatizados por el conflicto armado y diferentes circunstancias. 

Mientras la vida transcurre de manera más o menos dulce, esta mañana de sábado tranquilo, escuchando una conferencia de Ramón Lobo de fondo (un gran periodista español desde mi punto de vista), mencionaba una frase que escuchó de un anciano en Uganda para definir qué era la paz: “la paz es cuando los hombres sólo tienen miedo a las serpientes”.  (ese punto del mundo, cerca de Goma - Congo y Ruanda, es y ha sido muy complejo). 

Cuando bajábamos de las montañas en nuestro carro, salían campesinos y chicos de vez en cuando de cualquier vereda, para pedir transporte. Bajamos a dos hermanos hasta el cruce de carretera general que los lleva a la cabecera municipal. Trabajan toda la semana en la agricultura familiar, modesta, y de viernes a domingo estudian internados, tendrían unos 13 ó 15 años máximo y hacen 5 horas a pie de ida y otras tantas de vuelta cada semana para estudiar. El poder de la constancia.   


Si de algo vale esta vida que llevamos, es para valorar las cosas. Los problemas y las cargas disminuyen (el yoga ayuda también jeje). Si estás jodido sabes que será pasajero y sólo hay que aguantar el tipo un par de días hasta que la curva vuelva a inflarse. Si estás a tope de energía, aprendes a ser prudente porque igualmente sabes que vendrán días peores y debes contener el temperamento para no caer en la prepotencia o la soberbia en alguna reunión. Y así más o menos pasa la vida con intensidad y con buenos momentos, y con poder de elección, que es lo que le falta a la mayoría y es la verdadera libertad.