En La Punta resonaba en el paseo el mar que despierta anhelos y “saudade”, en El Médano andaba yo quieto
al vaivén de los golpes de mar en la orilla y pensaba en cada uno de los
sonidos que marcan bandas sonoras silvestres y nos devuelven los buenos
recuerdos. Entonces pensé que podía recorrer mi corta vida o larga vida según
se mire, retomando los ruidos o la huella sonora que mejor me acompañaron. Nada
es igualable al batir del mar, es un eco constante y por tanto melodía, miles
de veces me quedé mirando indiferente de mil maneras el mar atlántico canario,
sin saber sabiendo que esas notas acabarían impregnadas para siempre y sin
remedio en mi mapa sonoro vital. También me viene a la mente el sonido de los
pájaros en África en general y en el delta del Okavango en particular, el
estruendo de Victoria Falls, el bullicio de El Cairo entre cafés o el timple de
una romería, que me encanta. Y muchos más, cada cual que saque conclusiones propias.
Cuando escribo el título de este post me viene a la cabeza la expresión “paisanaje”,
que Unamuno recalcó para mostrar su cabreo con el mundo y su indignación con la
calidad humana que le rodeaba: “Qué país, qué paisaje y qué paisanaje”. Y hoy
en día no viene mal ponerla en valor otra vez, la circunstancia de ser de
un mismo país o región no nos convierte
en cómplices con cada una de las personas o clases miembros de tal sociedad, a
veces integrante y otra excluyente. Y
también a veces puede suceder que sea un orgullo tal conjunto de paisanos, en la mayoría de los casos ¡claro que sí! Buena
semana…