Hace unas semanas que no escribo nada, a veces no hay nada que decir o simplemente
no hay tiempo de parar para ordenar las ideas, pero el mismo hecho de escribir
calma y enriquece el alma, por eso lo hago incluso un domingo cualquiera como
hoy. Además he estado inmerso escribiendo otras cosas (menos placenteras) y
tengo “El Derecho a la pereza” (Paul
Lafargue), ensayo que hojeo estos días. P.L. fue uno de los precursores de la reducción
de la jornada laboral; idealista, marxista, acabó suicidándose con su mujer
(segunda hija de Karl Marx). Siempre la realidad supera la ficción.
Ayer trabajamos en la viña hasta decir basta, comemos y bebemos bajo el sol
el vino y el agua que sacian la sed, el
millo crece y las papas negras también. Los niños plantan judías, riegan, (meten
a los gatos en la lavadora, upss!) y son nuevos exploradores con ganas de
comerse el mundo cada uno a su manera, visibles a la temprana edad de la
inocencia y a fuego lento.
Casualmente hemos visto un arrastre de ganado esta mañana, el folclore
sonaba en directo con viejos y viejas, y los bueyes quedaban mudos en cada
carrera contra el crono, arrastrando sacos bajo un sol de justicia que encandilaba
nuestros rostros y curtía la piel del agricultor presente que se vestía como
antaño, con sombrero y alpargata de domingo, elegante y humilde como el poeta
del pueblo Miguel Hernández, que escribía “Vientos
del pueblo me llevan”:
“Vientos del pueblo me
llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa”.
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa”.
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