lunes, 26 de marzo de 2012

FIGUEROLES

Como vidas pasajeras veía pasar personas desde el “Kebab” de Figueroles, en una terraza que me sirve de isla cuando no tengo donde escapar. En el paso de cada marchante observaba la huella del pasado y la herencia del futuro, como me miro yo en este mismo instante.

Un domingo cualquiera Figueroles sabe a té con yerbabuena, manzanas y aceitunas. A un saber que no conoce universidad ni recios libros, a un viaje corto para ir muy lejos, a muchachas de ojos limpios y viejos con gusto a cigarro, a casados y niños, a manteles y sol, a Turquía, Marruecos o Argelia.

Luego continuo mi camino, recojo mi bicicleta para tirarme al asfalto y seguir por el parque de Peyrou, donde soy un vagabundo más con su vieja rutina, y en estado de shock, la hierba fresca del césped me arropa bajo el sol como sábanas ligeras y limpias.

El paseo más largo bajo los árboles de primavera nunca adivinó cual era su destino, bordeando dificultades y surcando pasos de cebra, bajo una lluvia sin lluvia, vamos donde el destino sea más calmo y llano y donde llueve con lluvia cuando es lo que se espera.


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