jueves, 2 de marzo de 2017

Bajo el mar



En Mozambique, provincia de Maputo, distrito de Magude, localidad de Timanguene.

Hay mucho que hacer y hay gente muy digna que sabe sonreír. Un par de años de “seca” los ha dejado sin prácticamente muchos excedentes y alimentos. Ahora con las lluvias, siendo una región semiárida y con la presión del contexto, propia de un sistema económico y social desigual que no voy a descifrar ahora, la población continúa pasándolo duro y no confían mucho en que cambie la situación, la resignación es grande, agradecen las visitas pero intuyo que las fuerzas flaquean.

En el camino al punto de encuentro veo algunos coches de organizaciones que luchan contra la Malaria, aquí en este país hubo grandes recursos y/o avances. Intento informarme cómo quedó la cosa pero tampoco sé mucho al respecto. No sé si sigue en el país un célebre investigador español, no recuerdo su nombre, pero puedo imaginar también que le habrán recortado el presupuesto. No tengo mucha información al respecto de la malaria, más allá de los indicadores del país, los cuales son malos.  

Mientras hablaba con la “Autoridad Tradicional” , el jefe de las tierras como aquí dicen, le preguntaba acerca de sus necesidades, la presión de otros actores de convivencia en la zona y la propiedad de las tierras, parte usurpadas. En cuanto tradujeron mi cuestión al shangana acerca de la propiedad de la tierra, miró a mi interlocutor riéndose ambos y luego mirando hacia mi, para decirle en su propia lengua: “la tierra, el dueño es Dios!”. Creyente o no creyente, no es lo más importante de esta frase.


Esta fue una pequeña lección que me dieron, otra más.

Me estoy acordando mucho de mi época en Angola, en la cual tuve mejores y peores momentos, donde aprendí mucho al fin y al cabo, y que siempre guardo con muy buenos recuerdos y aprendizajes. Una amiga del momento me mostró esta canción que ahora volví a escuchar:





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