En
Mozambique, provincia de Maputo, distrito de Magude, localidad de Timanguene.
Hay
mucho que hacer y hay gente muy digna que sabe sonreír. Un par de años de
“seca” los ha dejado sin prácticamente muchos excedentes y alimentos. Ahora con
las lluvias, siendo una región semiárida y con la presión del contexto, propia
de un sistema económico y social desigual que no voy a descifrar ahora, la población continúa pasándolo duro y no confían mucho en que cambie la situación, la resignación es
grande, agradecen las visitas pero intuyo que las fuerzas flaquean.
En
el camino al punto de encuentro veo algunos coches de organizaciones que luchan
contra la Malaria, aquí en este país hubo grandes recursos y/o avances. Intento informarme
cómo quedó la cosa pero tampoco sé mucho al respecto. No sé si sigue en el país
un célebre investigador español, no recuerdo su nombre, pero puedo imaginar también que le
habrán recortado el presupuesto. No tengo mucha información al respecto de la malaria, más allá de los indicadores del país, los cuales son malos.
Mientras
hablaba con la “Autoridad Tradicional” , el jefe de las tierras como aquí
dicen, le preguntaba acerca de sus necesidades, la presión de otros actores de
convivencia en la zona y la propiedad de las tierras, parte usurpadas. En
cuanto tradujeron mi cuestión al shangana acerca de la propiedad de la tierra,
miró a mi interlocutor riéndose ambos y luego mirando hacia mi, para decirle en
su propia lengua: “la tierra, el dueño es Dios!”. Creyente o no creyente, no es lo más importante de esta frase.
Esta
fue una pequeña lección que me dieron, otra más.
Me estoy acordando mucho de mi época en Angola, en la cual tuve mejores y peores momentos, donde aprendí mucho al fin y al cabo, y que siempre guardo con muy buenos recuerdos y aprendizajes. Una amiga del momento me mostró esta canción que ahora volví a escuchar:
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